sábado, 23 de octubre de 2010

Decenas de miles de personas salieron a repudiar el asesinato de Mariano Ferreira

Fotos y video de la compañera Sobrado  e Insurrectasypunto para Kaos en la Red
El video ya se encuentra procesado (1ª y 2ª parte) y está publicado al pìe de la nota.
Decenas de miles de personas salieron a repudiar el asesinato de Mariano Ferreira – militante del Partido Obrero y dirigente de la Federación Universitaria de Buenos Aires y a pedir justicia y castigo a los culpables*.

Desde horas tempranas se realizaron en Capital Federal y gran Buenos Aires cortes sorpresivos de rutas, actos de protesta que impedían el acceso a la capital, manifestaciones en estaciones de trenes, puertas de las universidades y escuelas.

A partir de las 16.30 empezaron a congregarse agrupaciones (participaron más de 200) y personas independientes y la marcha solo comenzó una vez que se hubieron incorporado a la misma el sindicato de base de los obreros tercerizados de ferrocarriles, a los cuales apoyaba Mariano cuando fue asesinado.

La manifestación partió a las 18 horas de Callao y Corrientes rumbo a Plaza de Mayo y en su recorrido se habían apostado decenas de movimientos sociales con sus pancartas que saludaban y coreaban consignas, los cuales se incorporaron al final de la manifestación para tratar de ingresar a Plaza de Mayo, lo cual no fue posible dado que se encontraba rebalsada. Muchos partidos políticos y organizaciones debieron quedarse en las calles laterales debido a la gran cantidad de manifestantes que colmaba la plaza.

En el palco esperaban dirigentes de partidos y movimientos sociales, que manifestaban su solidaridad. El cierre del acto estuvo a cargo de Jorge Altamira histórico dirigente del Partido Obrero que como parte de su discurso dijo:

"La misión de esta movilización es que paremos el terror de las patotas sindicales…"

"Las organizaciones que estamos aquí hemos pedido audiencia a la Presidenta de la Nación. Le hemos dicho que al final de esta movilización queremos ingresar a que nos diga cuál es la responsabilidad que piensa tomar para mandar a la cárcel a que se pudran todos los asesinos. Y no hemos recibido una respuesta positiva", señaló.
Al final, incluso, recriminó al gobierno que la Casa Rosada se viera "fluorescente" (en referencia a su colorida iluminación). "¡La quiero ver de luto!", exclamó.

Si bien la Capital Federal fue el epicentro de las manifestaciones por el crimen de Mariano Ferreyra y el reclamo de justicia, también hubo concentraciones masivas en muchas ciudades del país. En Rosario (Santa Fe) se reunieron más de 5 mil personas para manifestarse.

¿Quién era Mariano Ferreyra?

Mariano Ferreyra se integró al Partido Obrero desde que era un estudiante secundario en el Simón Bolívar de Sarandí. Fue militante en la Unión de Juventudes Socialistas, brazo estudiantil del PO y participó de numerosas movilizaciones y luchas obreras.

En un texto firmado por Jacyn, El Bé y "los pibes de la UJS Avellaneda", sus compañeros de militancia lo recordaron anoche con cariño, en la marcha que realizaron a Plaza de Mayo:

"Mariano se hizo compañero y amigo de nosotros -de la UJS y del PO- cuando todavía no había terminado el secundario. Su hermano lo había hecho unos meses antes. Desde entonces fue siempre un orgullo estar a su lado, escucharlo y desarrollar con él nuestras inquietudes"

"Lo conmovieron las grandes movilizaciones piqueteras y la rebelión popular del 2001. Desde el comienzo, se destacó como dirigente en Avellaneda... combinó su actividad en el movimiento estudiantil con la participación en las principales luchas obreras y populares".

"Estuvo al frente en la lucha por la recuperación de Sasetru bajo gestión obrera. Impulsó el movimiento estudiantil, el centro de estudiantes en el Simón Bolívar de Sarandí, donde cursó la secundaria. La sede del CBC de Avellaneda lo tendrá para siempre en su historia como uno de sus principales organizadores... Militaba desde hacía meses junto a los ferroviarios. Participó, como delegado, de los tres últimos congresos del Partido Obrero".

"Fue trabajador metalúrgico. Fanático de la música y del cine, incursionó en distintos proyectos musicales y estaba definiendo su ingreso a alguna de las escuelas artísticas de Avellaneda. Adoraba a sus hermanas y a su hermano mayor".

"Marianito, el benjamín de nuestros adultos de la zona sur, era concienzudo, parsimonioso, siempre ávido de formación política. Tenaz como pocos, cursó dos años del profesorado de Historia en el Instituto Nº 1, también en Avellaneda".

"La lacra burocrática a la que combatió con energía, pasión e ideas segó su vida cuando apenas contaba con 23 años... Sus compañeros más cercanos lo recordamos por su gran compañerismo. Reconocía y defendía a ultranza el valor de cada uno de aquellos que combatían codo a codo con él y compartían su lucha y sus ideales".

Marianito va a estar presente en cada día de nuestro futuro. Qué pena tener que decirte tan temprano 'por la victoria, siempre'".

*Marino Ferreira murió ayer después de ser alcanzado por una bala en el tórax cuando participaba de una protesta de trabajadores y trabajadoras mercerizados del ferrocarril. Las patotas sindicales le dispararon –causándole la muerte- y dejaron dxs heridxs más: una compañera de 56 años en estado desesperante con un balazo en la cabeza y otro compañero que ya fue dado de alta.

Horas después la Central de Trabajadores Argentinos decretaba un paro nacional por 24 horas, que afectaba a todos los sindicatos estatales y algunos de transporte. Movimientos Sociales y partidos de izquierda convocaron a la marcha.

http://www.kaosenlared.net/noticia/videos-fotos-argentina-mas-60-mil-personas-manifestaron-repudio-asesin

El ataque, paso a paso

Ariel Pintos, el trabajador tercerizado herido
 Por Adrián Pérez

“Si no nos pasan a planta permanente, vamos a volver a cortar las vías. Merecemos pasar al Roca y cobrar lo que gana un obrero simple”, adelanta Ariel Pintos, uno de los manifestantes que fueron alcanzados por la balacera que se desató el miércoles a la tarde en Barracas, cuando una columna de ferroviarios y militantes de partidos de izquierda se retiraba del lugar. En diálogo con Página/12, el trabajador ferroviario tercerizado reconstruye paso a paso los sucesos que culminaron en el asesinato de Mariano Ferreyra, hirieron a Nelson Aguirre y Elsa Rodríguez, militantes del Partido Obrero. Reconoce haber escuchado “entre cinco y seis estruendos de arma de fuego” y asegura que un hombre “salió desde la vereda, detrás de los autos, y comenzó a disparar”. “Tenía una camisa clarita a cuadritos y debajo llevaba una remera blanca; físicamente era medio morrudito, no era ni alto ni bajo; de entre 30 y 40 años de edad; estaba a veinte metros de donde me encontraba”, describe el ferroviario al autor del disparo. Además, apunta a Pablo Díaz, dirigente de la Unión Ferroviaria detenido ayer, quien “encabezaba la patota. Estaba vestido de camisa blanca, campera negra y anteojos oscuros”.

En una reunión organizada el 8 de octubre, trabajadores ferroviarios tercerizados, militantes de partidos de izquierda y de organizaciones sociales habían pautado un corte de vías en la estación Avellaneda. El Partido Obrero, el Movimiento Teresa Rodríguez y Quebracho apoyarían la medida de fuerza. Se encontraron el miércoles 20 a las 10 en el local del Polo Obrero ubicado a metros de la estación Avellaneda. “La patota de la (Lista) Verde, custodiada por la policía bonaerense, nos esperaba sobre las vías del tren desde temprano”, afirma Pintos, quien recibió un disparo de arma de fuego en su muslo izquierdo. Señala, además, que el dirigente de la Unión Ferroviaria Pablo Díaz “encabezaba la patota. Estaba vestido de camisa blanca, campera negra y anteojos oscuros”. Entre las 10.30 y las 11, Díaz se presentó “frente al paredón de la estación, en posición desafiante, acompañado por un grupo de diez personas”, dice el trabajador. Cerca de las 12, como el grupo que ocupaba las vías estaba custodiado por la policía –que había cruzado patrulleros para que los trabajadores tercerizados no llegaran a la estación–, los manifestantes retrocedieron y caminaron por Lebensohn hasta la calle Bosch, bordeando las vías. Para evitar choques se dirigieron hacia la estación Hipólito Yrigoyen, en Barracas. “La patota nos seguía desde arriba amenazándonos y cantando –recuerda Pintos–: Nos decían ‘putos, van a cobrar, los vamos a matar...’” Con la patota cincuenta metros atrás, cruzaron el puente Bosch, donde encontraron un portón abierto que comunicaba la calle con el terraplén y decidieron subir a las vías. “En ese momento, la patota de la (Lista) Verde, con Pablo Díaz a la cabeza, comenzó a correr hacia nosotros tirándonos piedras y palos.” Entonces, los manifestantes que lograron subir bajaron, mientras seguían recibiendo piedrazos desde las vías. El trabajador ferroviario señala, además, que la policía bonaerense los perseguía por la calle disparando balas de goma.

“Los ‘cabeza de tortuga’ venían acompañando a la patota”, apunta. Luego, se replegaron tres cuadras por Pedro de Luján hacia la avenida Vélez Sarsfield. Para no confrontar decidieron retirarse y regresar otro día. Pintos menciona que, cuando abandonaban el lugar, los tres patrulleros que se encontraban bloqueando Luján ya no estaban. “La patota corrió hacia nosotros, persiguiéndonos con piedras y palos”. En la columna de tercerizados y militantes de izquierda había mujeres. Los trabajadores organizaron un cordón de seguridad para protegerlas. Hubo un choque con piedras. Pintos calcula que el grupo liderado por Díaz era de entre cien y ciento cincuenta personas, “muchos vestidos con la ropa de trabajo de ferroviarios y muchos ‘de civil’”. Los tercerizados eran cien.

Luego de retroceder veinte metros, los manifestantes avanzaron por Luján. “Uno de ellos salió desde la vereda, detrás de los autos, y comenzó a disparar”, afirma Pintos, que reconoce haber escuchado “entre cinco y seis estruendos de arma de fuego”, aunque creyó que habían sido al aire. Inmediatamente, sintió un golpe en el muslo izquierdo. Pensó que había sido un piedrazo. El ferroviario describe al autor del disparo: “Tenía una camisa clarita a cuadritos y debajo llevaba una remera blanca; físicamente era medio morrudito, no era ni alto ni bajo; de entre 30 y 40 años de edad; estaba a veinte metros de donde me encontraba”. Pintos se acercó a un patrullero de la Comisaría 30ª, que se había cruzado en la calle, para explicarle que el grupo de ferroviarios estaba armado y había disparado.

–¿Y qué le respondieron los policías?–consultó este cronista.

–Me preguntaron si había sido un piedrazo. Me bajé el pantalón y les dije que no. Se veía bien clarito que había sido un tiro.

Luego, le preguntaron si quería que llamaran a una ambulancia. El ferroviario se negó a ser asistido. “Ellos liberaron la calle y acompañaron a la patota. Nosotros no nos dimos cuenta de que habían caído Nelson (Aguirre), la señora herida (Elsa Rodríguez) y el otro muchacho (Mariano Ferreyra). No vimos cuando los levantó la ambulancia”, dice. Fue entonces cuando caminaron hasta la avenida Vélez Sarsfield, donde resolvieron cortar Callao y Corrientes para denunciar lo sucedido en Barracas. A las 14.20, pararon dos colectivos de la línea 37 sobre Vélez Sarsfield y se trasladaron hacia capital. “Cuando llegamos, nos enteramos que el muchacho al que le pegaron el tiro en el abdomen había muerto”, afirma.

En Callao y Corrientes, alrededor de las 18.20, Pintos fue trasladado en una ambulancia hasta el Hospital Ramos Mejía, donde recibió las primeras curaciones. Cuando explicó el motivo de su herida, los médicos llamaron a un patrullero de la Comisaría 30. Cerca de las 19.30, lo trasladaron a esa seccional para declarar. “El policía que me recibió me dio un papel para que me presente en la fiscalía de la doctora (Cristina) Caamaño. Todavía no fui porque tengo que viajar en tren y no tengo garantías de que no me voy a cruzar con ninguno de la patota de la Verde en el juzgado”, sostiene. El miedo se refleja en la mirada del trabajador, se vuelve evidente, se hace carne.

Pintos recibe a Página/12 en su casa. Afuera, los ladrillos se arremolinan sobre el pasto. Adentro, persianas de plástico y una bacha de cocina de acero inoxidable esperan a ser colocadas. La mitad del comedor tiene contrapiso de cemento; en la otra mitad, el suelo es de tierra. “Empecé a levantar la casa cuando trabajaba pero quedó ahí porque estoy endeudado hasta las pelotas”, se lamenta. A fines de 2009 fue despedido de la empresa Confer S.A. –una de las tercerizadas que funciona bajo la órbita de la Unidad de Gestión Operativa Ferroviaria de Emergencia (Ugofe)–, donde comenzó a trabajar en febrero de 2008. “Cerca de fin de año, en estas empresas echan a la mitad de la gente”, destaca. También lo afiliaron a la Uocra. Su tarea consistía en cambiar durmientes y vías en el circuito Temperley-Haedo. Hasta hace unos días se ganaba la vida haciendo changas de albañilería, pero después del disparo que recibió en la pierna, el médico le aconsejó que hiciera reposo.

Tras una serie de reuniones donde pidieron ser reincorporados, y “como nunca tuvimos respuesta de nadie”, llegaron los bloqueos de boleterías en la Plaza Constitución. El 6 de septiembre, precisamente, los ferroviarios tercerizados tenían pensado realizar una conferencia prensa allí para denunciar la situación de 140 trabajadores despedidos. El ferroviario recuerda el acto en la terminal de trenes: “Cuando nos juntamos en el hall, la patota de la Verde nos estaba esperando con Pablo Díaz a la cabeza. Les pegaron a varios compañeros y no nos dejaron hacer la conferencia de prensa. A Pablo Villalba (vocero de los tercerizados), la policía lo sacó por el subte y lo escoltó hasta la estación Independencia”.

Según Pintos, una cuadrilla de veinte personas de tercerizados cambia cien durmientes por día, mientras los trabajadores de planta cambian cuatro. “No- sotros hacemos el triple de trabajo. Hay muchos pibes que están jodidos de la cintura y cuando regresan del alta médica los echan como a perros. No nos dan botines ni pantalones, no nos dan nada. Te llevan a la vía y no te dan ni agua. Estamos meta pico y pala todo el día. Si no nos pasan a planta permanente vamos a volver a cortar las vías las veces que sean necesarias. Merecemos pasar al Roca y cobrar lo que gana un obrero simple.”

martes, 19 de octubre de 2010

Apropiación de menores: la Cámara Federal porteña validó proceso para la obtención de muestras de ADN

Se trata de un procedimiento judicial en donde se recolectaron prendas íntimas de un hijo de desaparecidos, que había sido trasladado por la fuerza pública al juzgado, incluido su posterior análisis en el Banco Nacional de Datos Genéticos.

La Sala II de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal dio por válido un procedimiento en donde el juez de instrucción Rodolfo Canicoba Corral había hecho traer por la fuerza pública a un hijo de desaparecidos para secuestrarle prendas íntimas, con el fin de realizar un examen de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG).

La decisión del juez había sido apelada por la defensa, aunque el magistrado siguió adelante con la realización del análisis mientras se tramitaba el recurso. De esta manera, la Cámara Federal tuvo que resolver sobre la validez del procedimiento, pese a que ya se confirmó que el joven al que se le secuestró la ropa es hijo de desaparecidos.

Ahora, la Cámara resolvió el recurso de la defensa, ratificó todo lo actuado por el juez y dio por válido el procedimiento.

En este expediente, en un principio, se había ordenado la sustracción compulsiva de sangre de la víctima, aunque ante la apelación de su defensa el caso llegó a la Corte Suprema, en donde se remitió a la doctrina fijada en el antecedente “Gualtieri Rugnoni de Prieto”, rechazando la extracción compulsiva pero autorizando el secuestro de prendas y otros elementos para realizar los exámenes de ADN.

Ante esa decisión, el juez de primera instancia citó al presunto hijo de desaparecidos para que entregue voluntariamente sus prendas íntimas. Ante su negativa, el magistrado ordenó su comparecencia en el juzgado por la fuerza pública y el secuestro de sus prendas.

Finalmente, se ordenó el peritaje de las muestras en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Tanto el secuestro de la ropa como la orden del examen fueron apeladas por la madre adoptiva del joven, procesada en la causa junto a su marido (quien se encuentra prófugo), aunque esa impugnación no frenó la realización del análisis.

En el fallo de la Sala II de la Cámara, los magistrados indicaron que “la razonabilidad y proporcionalidad de la decisión adoptada se encuentra fuera de discusión para este Tribunal, ya que existen serios indicios de que el niño que los imputados inscribieron como propio corresponde al hijo del matrimonio Tauro-Rochistein".

martes, 12 de octubre de 2010

Inspección en el predio donde funcionó el CCD El Campito, en Campo de Mayo

Reconocer el lugar exacto del horror
El EAAF logró determinar la estructura y ubicación exacta de dos quinchos, dos galpones grandes, dos piletas y la maternidad clandestina que allí funcionó. Buscarán restos óseos en un área de 350 por 320 metros.
Por Adrián Pérez
El Campito fue señalizado días atrás por el EAAF y ayer, por primera vez, se organizó una visita al lugar.

Sin duda, el testimonio de Juan Carlos “Cacho” Scarpatti fue vital para determinar su ubicación en el gigantesco predio militar de Campo de Mayo. Después de un allanamiento ordenado por el Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional Nº 2 de San Martín, a cargo de Juan Manuel Yalj, El Campito, uno de los mayores centros clandestinos que existió en Argentina durante el terrorismo de Estado fue señalizado días atrás por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Ayer, por primera vez, se organizó una visita al lugar. Si bien aún no se encontraron restos óseos humanos, Marcelo Castillo y Juan Nóbile, miembros del EAAF, lograron determinar su estructura y la ubicación exacta de dos quinchos, dos galpones grandes, dos piletas y una maternidad clandestina que allí funcionaron.

En función de los testimonios que señalan posibles lugares de inhumación de cuerpos, con la primera etapa de excavación finalizada –que comenzó el 14 de septiembre y demandó ocho jornadas–, comenzará el trabajo de búsqueda de restos humanos en un área de 350 por 320 metros. “La idea es cercar el perímetro para hacer el trabajo de manera más controlada, en términos de la superficie que tiene el predio”, destacó Castillo. Hasta el momento, se excavó en una zona de 80 por 100 metros.

“Esta primera etapa no estuvo orientada estrictamente a la búsqueda de restos óseos humanos, sino que las denuncias de posibles inhumaciones están vinculadas con las estructuras, y a partir del reconocimiento de esas estructuras vamos a comenzar con la búsqueda de restos óseos”, destacó Nóbile en diálogo con Página/12. “Que pueden llegar a corresponder o no a (Mario Roberto) Santucho no es exclusivo de la búsqueda de sus restos.” La segunda etapa de búsqueda prevé un trabajo de desmonte y preparación del terreno.

En el estacionamiento del Hospital Militar de Campo de Mayo, el transporte del Ejército esperó bajo el calor del mediodía a periodistas, familiares y miembros de organizaciones de derechos humanos para trasladarlos hasta El Campito. El ómnibus se abrió paso entre la arboleda, por una calle interna del destacamento militar, hasta el polígono de tiro. Allí giró a la izquierda. Un sendero de tierra de un kilómetro y medio separaba al ómnibus del ex centro clandestino de detención. En un paraje rodeado de frondosa vegetación, a ochocientos metros de la pista de aterrizaje desde donde partían los “vuelos de la muerte” (en sus testimonios, Scarpatti reconoció que vio salir en esos vuelos entre 400 y 500 personas) y a un kilómetro y medio del polígono de tiro, esperaban el juez Yalj y sus colaboradores.

También Castillo, Nóbile y Luis Fondebrider, titular del EAAF. El predio fue delimitado, entre excavaciones y zanjas señalizadas, por las cintas blancas y rojas que se utilizan en los procedimientos judiciales. Durante una hora y media, los especialistas del equipo de antropología condujeron al contingente de treinta personas que llegó hasta El Campito y señalaron con paciencia cada punto identificado. El reconocimiento del terreno se apoyó en fotos aéreas del predio tomadas en 1974 por el Instituto Geográfico Militar, y otras de agosto de 1979, donde se observa la demolición del centro clandestino. Esa información se cruzó con el testimonio y un plano aportado por Cacho Scarpatti, quien estuvo detenido en El Campito. Según el testimonio de los sobrevivientes que por allí pasaron, se estima que albergó entre tres mil y cinco mil presos políticos durante la dictadura militar. Sólo habrían sobrevivido poco más de cien.

Scarpatti fue uno de esos sobrevivientes. La vida del Loco César –tal su nombre de guerra– es merecedora de una película. Detenido el 28 de abril de 1977, llegó al centro clandestino herido de nueve disparos después de tirotearse con una patota que lo emboscó en una cita fraguada. Allí estuvo secuestrado aproximadamente cinco meses hasta que, durante un traslado a otro centro clandestino, logró desarmar a uno de sus captores y se arrojó del auto donde viajaba. Luego de recuperar a su hija viajó rumbo a Brasil y posteriormente a Europa. En julio de 1979 atestiguó por primera vez, en Ginebra, ante el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. El jefe montonero falleció en agosto de 2008. Antes aportó información vital que contribuyó a la identificación de El Campito. “Este es el sitio donde es traído Cacho.” Castillo apuntó sobre uno de los pozos y señaló el lugar donde se confinaba a los detenidos. Allí los niveles de destrucción para borrar las pruebas fueron más altos. Giró para mostrar el espacio destinado a la primera maternidad clandestina, y la “veterinaria”, donde Silvia Quintela y Yoli curaron las heridas de Cacho. “Nosotros suponemos que por la condición de la tierra, las zonas más húmedas y enterradas, el nivel de demolición se produjo en la zona más alta –graficó Castillo–. Se verifica la superficie donde estuvieron apoyados los pisos del lugar y algunas líneas de cimientos donde todavía no hemos terminado de excavar.” La zona donde funcionaron los piletones es uno de los sitios que todavía no ha sido examinado, donde los represores practicaban las sesiones de tortura. “La idea es continuar con los caños hasta poder identificar todas las estructuras que nos quedan”, agregó.

Al final de la visita, Facundo Juan Scarpatti, hijo de Cacho Scarpatti, consideró que se está viviendo “un momento importante para todos”. “Junto con la alegría del pueblo, Argentina está recuperando un montón de cosas que hacen a su historia reciente”, concluyó.

jueves, 7 de octubre de 2010

Hijo de un desaparecido consigue que Videla deje de ser su padrino

A pesar que la Iglesia se resistía a acceder a los reclamos del ahijado.

En una decisión de gran valor simbólico, la Iglesia dispuso que el ex dictador Jorge Rafael Videla no sea más padrino de bautismo de un hijo de padre desaparecido, al acceder a una petición en ese sentido que le había hecho quien era hasta ahora ahijado del dictador, Gastón Castillo.

La medida acaba de ser tomada por el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, luego de aceptar los argumentos de Castillo. En una carta que éste le envió la semana pasada junto con su abogado, Hernám Jaureguiber, le expuso que el vínculo religioso con Videla “me hiere y mortifica irreparablemente.

El hecho de que Castillo haya tenido como padrino a Videla,  se produjo a raíz de que era el séptimo hijo varón y, por tanto, merced a la ley 20.843, tenía derecho a ser ahijado del presidente de la Nación. Como su padre, al momento de nacer en 1977, estaba desaparecido, su madre decidió apelar al padrinazgo presidencial con la esperanza de que ello le permitiría dar con el paradero de su marido . Pero no fue así. De hecho, sus restos fueron hallados en 2009 en un cementerio de Avellaneda enterrado como NN y con signos de haber sido asesinado, según el informe forense.

Castillo –según dice en la carta que le dirigió al cardenal- venía realizando sin éxito gestiones ante autoridades eclesiásticas para lograr la supresión del padrinazgo de Videla.

domingo, 3 de octubre de 2010

ARISTOCRATAS DEL SABER, la revista que hacían los estudiantes durante la dictadura

De vuelta en las aulas del Buenos Aires

Era una publicación clandestina que surgió como un modo de quebrar el aislamiento y el miedo que imponían las autoridades del colegio. Se publicaron 25 números durante nueve años. Sus redactores se reencontraron y contaron su experiencia a los actuales alumnos.
    
Por Werner Pertot

Los claustros de los secundarios guardan historias de militancia, de resistencia, de amor, de locura y también de muerte. Por caso, el Colegio Nacional de Buenos Aires. En 1978, sus estudiantes encontraron la forma de oponer el humor al miedo, la palabra al silencio, la solidaridad a la persecución. El medio fue una revista clandestina, que circulaba de mano en mano. Se llamó Aristócratas del Saber (ADS), en abierta ironía sobre el discurso elitista de las autoridades, cuyo lema era “mejorar lo bueno para ser los mejores”. Sus redactores se encontraron treinta años más tarde, primero en la rectoría del Buenos Aires, luego en una pizzería, en la Puerto Rico, en las casas de algunos de ellos. Muchos no se conocían: se presentaron por los pseudónimos que esgrimieron en la clandestinidad. Crearon un grupo de Facebook (CNBA: Aristócratas del Saber) al que se acercaron decenas para compilar la revista, hacer un libro, un documental.

El nombre surgió durante una competencia de natación. Allí, el vicerrector Icas Micillo dijo que los estudiantes del Buenos Aires tenían los uniformes más estrictos porque estaban orgullosos de ser Aristócratas del Saber. En el texto que escribieron 30 años después, titulado Bautizada por el enemigo, los ex alumnos señalan que tomaron en “un giro irónico ese comentario elitista y discriminatorio”. El sentido de la ironía se fue perdiendo a lo largo de los años, hasta el punto de que otras generaciones lo ponía entre signos de pregunta: ¿Aristócratas del Saber?

Los ex alumnos entregaron la compilación de las revistas, editada en tomos rojos, a la biblioteca del Buenos Aires el 16 de septiembre. También conversaron con los estudiantes actuales en las aulas del claustro del primer piso. Algunos hacían circular un mate. Otros estaban pintados como para una vuelta olímpica. Tenían remeras para la marcha de La Noche de los Lápices que decían: “Las ideas no pueden desaparecer”.
Al aula, march

Los hacían formar antes de entrar al aula –como muestra el inicio de la película La mirada invisible, de Diego Lerman, donde ADS tiene una pequeña aparición– y les hacían escuchar “Aurora”. Los movimientos dentro del colegio eran siempre en fila y en estricto silencio, siempre en silencio. Un “esquema normativo para preceptores” que escribieron las autoridades decía que los alumnos debían tener una dosis de “razonado temor”.

Tenían prohibido el contacto con alumnos de otros claustros. Había “zonas verdes” por las que podían circular y “zonas blancas”, vedadas. Para ir al baño o ir a otra parte del secundario tenían que pedir permiso por escrito (“pedir parte”). El uniforme era estricto hasta el paroxismo y controlaban permanentemente el largo del pelo de los varones (dos dedos por encima del cuello de la camisa) y de la pollera de las mujeres. El reglamento prohibía cualquier tipo de agrupación colectiva.

Héctor, un ex alumno, relató ante los estudiantes que en 1976 separaron las divisiones y los mezclaron para que no se conocieran. Que buscaron incentivar las delaciones entre alumnos. También que dividían en el aula a varones de mujeres. Los estudiantes lo miraban algo incrédulos.

–Pero, ¿cómo hacían para hablar entre ustedes? –preguntó Sofía, una alumna con la nariz pintada de rojo.

–Y... por messenger –bromeó Gustavo Hurtado–. No, nos reuníamos afuera del colegio.
Clandestina

ADS surgió como una forma que quebrar el aislamiento, el miedo, los controles asfixiantes. La inició Ignacio Lewkowicz, un alumno que venía de militar en la Federación Juvenil Comunista (la Fede) y que en 2004 falleció en un accidente. Es por eso que el reencuentro tiene un sentido también de homenaje a él. El primer número, sin nombre, había circulado de mano en mano. La mayoría de las notas eran sátiras a las autoridades. “Salimos de nuevo. Parece mentira, pero la idea de 2 o 3 pibes se fue haciendo carne en los demás. Empezaron a aparecer colaboraciones, a llover críticas: que el crucigrama es horrible, que la revista es poco amplia”, contaban en el editorial del segundo número, de 1978. En la tapa, le agregaron un subtítulo al nombre de la revista: “Publicación casi mensual de los internos del Real Colegio de San Carlos”.

“Debemos estar juntos, debemos levantar nuestras armas de papel y convertirnos en milicianos de tinta porque esta revista es el lazo, es la cadena que nos falta para vencer al doctor loco de esta novela de ciencia ficción, que quiere matar nuestra mente y convertirnos en humanoides”, escribían en 1979. La revista tenía un estilo retro, confeccionado por “las chicas de diseño”. La clandestinidad era central: firmaban con pseudónimo y había un decálogo de medidas de seguridad (ver aparte). “Uno le daba al que sabía que estaba en la revista notas que quería publicar, pero entonces había reuniones de la revista en las que, por democracia simple, decidíamos si se publicaba. Podíamos estar horas leyendo”, le contaba Mariana Lewkowicz a los estudiantes, que se preguntaban cómo era eso de hacer la revista con cinta scotch y sin computadora.

–¿Y tus papás qué te decían? –preguntó una alumna.

–Mis viejos no se enteraban de la revista... como tampoco se enteraron de muchas otras cosas –respondió Hurtado, entre risas de los adolescentes. Lo miraron algo risueños cuando contó que un profesor de música les hacía levantar el brazo como el saludo romano y decirle: “Ave, magister”.

Del grupo de la revista surgió la idea de hacer campamentos, lo que permitió que se encontraran estudiantes de distintos años. “Nos conocimos sin uniforme y te das cuenta de que hay minas en el colegio que parece que no pasa nada y resulta que la descosen”, escribía uno de los redactores en 1978 sobre el primer campamento en Chascomús, donde rompieron el cerco impuesto por las autoridades. La revista fue pasando de generación en generación: en una ceremonia en Plaza San Martín, Nacho Lewkowicz les pasó la posta de la revista a Miguel Pesce, Gustavo “El Oso” Rappaport y Eduardo “Titi” Elicegui (en realidad, les entregó un tampón). Llevaron una bandera de ADS y un muñeco del prefecto, jefe de los celadores, Tito Gristelli, que quemaron en una fogata al estilo The wall.
Interrogatorios

A partir de 1981, hablaron de la posibilidad de crear un centro de estudiantes y allí fue cuando las autoridades secuestraron un número entero de ADS. Identificaron a una estudiante que militaba en Franja Morada y participaba de la revista. Un celador la sacó del aula y la llevó a rectoría, donde le hicieron un interrogatorio de tinte policial. “Siendo las 13.40 horas comparece Mercedes Paula González, alumna de la cuarta división de sexto año, sección de la tarde, la cual, a preguntas que le son formuladas a viva voz, responde...”, comienzan las actas del interrogatorio. Le mostraron los ejemplares y le exigieron que diera los nombres de los otros integrantes de la revista. González respondió que sólo sabía algún sobrenombre.

Se multiplicaron los llamados a rectoría y los interrogatorios. A Gustavo Hurtado lo sacaron del aula y antes de irse le dijo a una compañera: “Si no vuelvo, avisá a mi casa”. Lo encerraron en un cuartito durante una hora y media, donde lo amenazaron. Después lo llevaron ante las autoridades, que repitieron las preguntas:

–Nosotros sabemos que usted el año pasado estuvo pegando obleas en los baños –le espetaron.

–¿Cómo me va a decir que yo pego galletitas en los baños? –se hizo el tonto Hurtado. El jefe de celadores se levantó y lo agarró. “Me estás tratando de boludo”, se enfureció. El interrogatorio siguió en ese tono: “Nosotros no sabemos por qué puerta lo vamos a tener que llevar. Acá hay muchos desaparecidos”, le sugerían, como buenos cómplices civiles.

–Usted es amigo de “El Oso”. ¿Cuál es el nombre del Oso?

–No sé. Aparte del Oso, está el Pájaro, el Mono –empezó a inventar.

Al salir del interrogatorio, Valeria Hasse lo llevó a tomar un café para que se tranquilizara. Al siguiente día, un celador le preguntó: “¿Qué estaba haciendo usted a las seis de la tarde con Hurtado?”. Luego le plantaron un auto en la puerta de su casa. Mariana Lewkowicz también se encontró con que un celador la seguía por la calle.

Los aprietes fueron un momento clave. Los redactores decidieron vencer el miedo y seguir con la revista. “Hoy estamos nuevamente ante ustedes. No fue fácil. Hubo mucho miedo y esto en algún momento nos paralizó. Creyeron que con persecuciones detectivescas podían hacernos callar. Pero no pudieron”, escribieron en el número siguiente. “Vamos a seguir con la revista, con los campamentos y con el centro de estudiantes con más fuerza que nunca. Porque hay cosas que no se pueden matar. Porque están latentes, porque son vitales, porque son auténticas. Esas cosas son nuestra juventud, nuestra libertad de pensar y nuestro odio a la mentira y la injusticia.” “En el ejemplar decía que se imprimieron mil cuatro. Mil para los alumnos y cuatro para las autoridades”, les relató Mariana Lewkowicz a los estudiantes actuales.

La revista continuó hasta la llegada de la democracia, donde las autoridades de la dictadura se marcharon entre los huevazos de las vueltas olímpicas y las asambleas del centro de estudiantes (el Cenba) que nació el 11 de octubre de 1982. En 1984, mientras desaparecían los jumpers y uniformes, ADS llegó a tener un aula donde podía trabajar. “Fue una fiesta”, coinciden Daniela Acher y Lautaro Paramidessi, que egresaron en 1985 y 1986, respectivamente. En la revista empiezan a aparecer los nombres reales de los que la hacían (muchos con el pseudónimo anterior entre paréntesis). Los últimos redactores de ADS hicieron un “número de despedida” en 1986. “Proponemos este último número de ADS con la perspectiva de que aquellos años inferiores tomen la posta y saquen otra revista, que no se llamará ADS por todo lo que significó: una época, un estilo, una escapatoria, una propuesta y una respuesta a un medio represivo”, dice el último editorial de la revista que duró nueve años, tuvo 25 números y unió a cientos de estudiantes en dictadura.

Decálogo de clandestinidad

La distribución de la revista clandestina era acompañada por un texto que se repetía número tras número: “La revista es algo para todos y por la equivocación de uno podemos pagarla caro muchos. Es por eso que queremos subrayarles la importancia de que ADS permanezca en las sombras. Es una condición fundamental cumplir con cada una de las siguientes recomendaciones:

- No llevarla al colegio.
- No dársela a un preceptor, por más gamba que parezca.
- No leerla en el subte.
- No leerla en la puerta del colegio.
- No comentarla en los claustros.

El arte en los juicios orales




La agrupación HIJOS convocó a dibujantes, caricaturistas y estudiantes de arte a presenciar las audiencias de los juicios orales por los crímenes de la dictadura. Las imágenes realizadas audiencia tras audiencia son un intento de documentar algo que la mayor parte de los Tribunales Orales Federales prohibió documentar, al vedar el ingreso de fotógrafos.
     

Producción: Alejandra Dandan.
El testimonio de Verónica Castelli, por Esteban Cánepa

Verónica Castelli es hija de María Teresa Trotta y Roberto Castelli, detenidos-de-saparecidos de El Vesubio. Verónica declaró el 31 de mayo y ante el Tribunal Oral Federal Nº 4 y mostró el libro de cuentos que le hizo su madre durante el secuestro. María Teresa estaba embarazada cuando la secuestraron, tuvo a su hija en cautiverio, con lo que Verónica recuperó a su hermana recién el 25 de julio de 2008. Ese día, mirando a los ojos a Pedro Durán Saénz, jefe del centro clandestino en 1977, le pidió por los cuerpos de sus padres: “Me gustaría que Durán Saénz y sus secuaces me lo dijeran, porque yo necesitaría saber dónde están los restos de mi padre”.

Testimonio de Juana Sapire, por Federico Geller

Juana Sapire es la viuda de Raymundo Gleyzer. Declaró en la audiencia del 30 de agosto con la remera de “Yo me pongo la camiseta por los Juicios”. Dijo que los militares se llevaron todo de la casa de Raymundo, menos sus películas porque eran “muy incultos”. Leyó en la audiencia una carta del hijo de ambos e increpó cuanto pudo a los represores: “Si vivieron como basura van a morir como basura”.

El Vesuvio, por Ximena Iñesta

El Vesubio estaba ubicado a unos doscientos metros de Camino de Cintura y la Riccheri, en un predio ocupado por tres casas y una pileta. La casa uno era el casino de oficiales, en 1977 lugar de descanso del jefe del centro Pedro Durán Sáenz. La casa dos o enfermería era el centro de tortura y la casa tres, el alojamiento con las “cuchas” para los detenidosdesaparecidos. Ximena dibujó el centro clandestino durante la declaración indagatoria de Zeoliti. Con la mano izquierda, escribió las respuestas que el represor dio a los integrantes del Tribunal.

Declaración Zeoliti, por Ximena Iñesta

La declaración indagatoria de Roberto Zeoliti disparó varias retratos de Ximena Iñesta, de 23 años. Este se titula “No, no me acuerdo”, una frase que el acusado repitió hasta el absurdo.

Testimonio de Josefina Gandolfi, por Leonardo Vallejo

Josefina Gandolfi de Salgado declaró el 14 de mayo en la causa ESMA. Tiene 83 años. Un grupo de tareas secuestró a su hijo José María el 12 de marzo de 1977 cerca de su casa en Lanús. Josefina contó en la audiencia que mientras estaba secuestrado él la llamó y le dijo que estaba en Coordinación Federal. El 2 del junio de 1977 su nombre apareció en los diarios entre los muertos en un supuesto enfrentamiento. Josefina recuperó el cuerpo el 27 de julio de 1977.

El testimonio de Esteban Soler, por Esteban Cánepa

Estaban Soler declaró el 31 de mayo por el centro clandestino de El Vesubio, donde estuvieron secuestrados sus padres, Graciela Moreno y Juan Marcelo Soler Ginard, hoy desaparecidos. Ante el Tribunal, mostró las cartas que sus padres le mandaron durante el cautiverio y el muñeco que le mandaron para la Navidad de 1977. “Una tarde nos tiramos con mi abuela a dormir la siesta –dijo– y en forma de cuento me contó que a mis papás se los habían llevado.” Hasta ese momento, Esteban estaba convencido de que ambos estaban de viaje. Mientras hablaba, el represor Pedro Durán Sáenz, encargado del campo en 1977, estaba allí, quitándose las pelusas del saco, la escena disparadora de la ilustración de Cánepa.

La indagatoria de El Sapo, por Iván Gamazo

Roberto Zeoliti era agente del servicio penitenciario, guardián del centro clandestino El Vesubio. Era El Sapo o Saporiti adentro del campo. “Yo era un simple cabo, no podía revertir la situación”, insistió una y otra vez para justificarse a lo largo de su declaración indagatoria del 10 de mayo. “Estoy detenido hace cuatro años por haber cumplido órdenes, por haber hecho el trabajo. Eso es lo que a uno lo indigna.” Y además reconoció: “Por supuesto que había torturas para sacar información”.